La humildad en el servicio a Dios

Texto: FILIPENSES 2:3-8

Todo católico debe servir a Dios en verdad atendiendo los siguientes consejos:

I. El católico debe servir a Dios en verdad no estimando ni aferrándose a lo que es en sí mismo.

Para el hijo de Dios, redimido por la sangre de Jesucristo, que desea servir verdaderamente a Dios es crucial que entienda que el punto de partida para ello debe ser el dejar de considerarse “alguien” en sí mismo y dejar de aferrarse a ello, puesto que este fue el punto de partida del servicio a Dios de nuestro señor Jesús.

El texto sagrado en los versículos 5 y 6 nos exhorta a cultivar en nuestros corazones este sentir que hubo también en cristo Jesús, quien aunque estaba subsistiendo en la forma esencial de Dios, con todo ello no consideró el ser igual a Dios como un premio o un tesoro a los que aferrarse. El término griego “hegeomai” significa: “suponer, considerar, estimar”. En el ámbito de lo secular este término expresa la acción de “estimar, considerar, juzgar, pensar, meditar, reflexionar sobre una cosa con atención y cuidado”. El término griego “harpagmos” significa: “cosa que se conserva como premio”. En el ámbito secular este término expresa “aferrarse o asirse fuertemente a una cosa”.

De tener en gran estima el ser el gran general del ejército de Siria, recibiendo así la sanidad de su lepra, ¿no cesamos de aferrarnos a lo que éramos en nosotros mismos, y corrimos a cristo buscando la limpieza de nuestra terrible condición pecaminosa?

El señor Jesucristo tiene un propósito al salvarnos, y es el que le sirvamos en verdad con todo nuestro corazón, alma, espíritu, fuerzas, y mente, y no simplemente para que nos gocemos en el cielo. Nuestro Dios demanda que desechemos el egoísmo, la contienda y la vanagloria; que dejemos de simular que estamos sirviendo a Dios, cuando en realidad lo que hacemos es ir en busca de nuestro propio bien y tras nuestros propios intereses.

Es necesario que dejemos de aferrarnos al valor que tenemos en nosotros mismos y nos dispongamos a ser verdaderos siervos del Dios verdadero, Jesucristo.

2) El católico debe servir a Dios en verdad despojándose a sí mismo del valor propio que cree tener.

También para el hijo de Dios, que desea servir verdaderamente a Dios, es esencial que una vez que ha dejado de considerarse y de estimarse en lo que es y ha dejado de aferrarse a ello, se despoje, se vacíe de sí mismo, de lo que es, de lo que, humanamente hablando, goza y tiene. Esta fue la actitud de nuestro amado Señor y salvador, estimemos a nuestros hermanos como superiores a nosotros mismos. Cuán difícil es este mandamiento, puesto que nuestra caída naturaleza nos impulsa a tener una actitud totalmente opuesta, porque es grande el concepto que tenemos de nosotros mismos; pero que poderoso avivamiento se manifestará en nuestros grupos de oración, cuando atendamos y tomemos la actitud de considerarnos inferiores con respecto a nuestros hermanos y hermanas. Es considerarlos superiores, ni siquiera iguales, sino superiores.

Al igual que Nahamán, tenemos que descender de ese pedestal en el cual nos hemos puesto a nosotros mismos; dejar de jactarnos del valor propio que nos hemos dado. Tenemos que ubicarnos en el terreno del siervo que obedece mansamente el mandamiento de su señor, y nuestro señor es Jesucristo, el hijo amado de Dios.

De ahora en adelante nuestros hermanos serán los que estén en ese pedestal donde solíamos nosotros estar, y nosotros estaremos en el lugar donde se rinde servicio obediente y de buena gana. De esta manera el señorío de Cristo se manifestará en la iglesia de manera tan poderosa, que el mundo tendrá que decir: “verdaderamente Cristo es el Señor”.

Si alguna grandeza tenemos, la tenemos en Cristo Jesús; y si es en él nuestra grandeza, significa que en la iglesia el único superior es el señor Jesucristo y todos los demás simplemente en el diccionario secular: “abatir el orgullo y altivez de uno”. Con relación al término obediente tenemos la palabra griega hupekoos que significa: “obediente”, donde el término “hasta” sirve para clarificar que la obediencia no fue a la muerte, sino al padre. En el sentido secular significa: “que obedece, que cumple la voluntad de quien manda”.

También Nahamán, una vez que había descendido de su dañino alto concepto de gran general del ejército de Siria, tuvo que humillarse a sí mismo, para así poder obedecer el mandamiento del profeta Eliseo, por cuanto su consideración personal establecía que el río jordán era despreciable, y los ríos que habían en Siria eran mejores. Así, tuvo que quebrantar su orgullo y altivez, y una vez en condición humilde, procedió a obedecer al pie de la letra la orden que había recibido, zambullirse siete veces en el río. Cada vez que se zambullía en aquellas aguas, era un acto de humillación y de obediencia a la palabra del profeta.

El apóstol Pablo nos exhorta a preocuparnos, a interesarnos, a velar, a considerar y estimar los intereses y necesidades de nuestros hermanos. El texto sagrado dice: “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. La máxima señal de humildad, después de habernos humillado a los pies de nuestro Señor, es que nos ocupemos también de las necesidades e intereses de nuestros hermanos en la fé. Hacer esto es una actitud de obediencia a Dios, el cual lo ha mandado.

El problema de aferrarse a lo que uno es en sí mismo lo vemos en la vida de Nahamán, quien estimaba en gran manera lo que era en sí mismo y se aferraba a ello, siendo incapacitado por esta actitud para obedecer el mandamiento del profeta Eliseo. 2 reyes 5:11-13 describe a este hombre: general del ejército del rey de Siria (uno de los ejércitos más poderosos de su época), considerado varón grande delante de su señor, valeroso en extremo, pero también leproso.

El apóstol Pablo nos exhorta a no hacer nuestro servicio a Dios por contienda (egoísmo) o por vanagloria. Egoísmo es el excesivo amor que uno tiene a sí mismo y que le hace atender desmedidamente a su propio interés. Vanagloria es la jactancia del propio valor, presunción y altivez. Contienda es una pelea, disputa con armas o con razones.

Al igual que Naham, tenemos una alta estima de lo que somos en nosotros mismos, un estatus al cual nos aferramos como lo hizo él, pero antes de venir a los pies del señor Jesús ¿no estábamos nosotros en la misma condición de Nahamán, enfermos por la lepra del pecado, podridos por esta llaga inmunda que es la desobediencia a Dios?

Cuando vinimos a los pies del Señor, al igual que Nahamán obedeció el mandamiento del profeta Eliseo, dejando desestimado el no despojarse de su gloria.

El texto sagrado expone que el señor Jesús “se despojó a sí mismo (lo tuvo que hacer él mismo porque nadie más lo podía hacer), tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. La palabra griega “kenoo” significa: “vaciar”. La versión autorizada inglesa, aunque no es exacta, da una buena idea de este “vaciar”: “se hizo carente de gloria”. Cristo no se vació de su deidad. No dejó de ser lo que era esencial y eternamente. La explicación o interpretación de esta palabra la da las frases subsiguientes. La nueva versión internacional expresa: a) “tomando la naturaleza de siervo (sometimiento sin la idea de esclavitud); b) haciéndose semejante a los seres humanos.

Vemos esto en la vida de Nahamán, que al reflexionar en las palabras de sus criados (2 reyes 5:13), lo hicieron darse cuenta que no era gran cosa lo que le ordenaba hacer el profeta Eliseo. La palabra del Señor revela que Nahamán actuó bajo el principio de despojarse a sí mismo, pues el v.14 dice que él descendió, y se zambulló en el río Jordán conforme al mandamiento del hombre de Dios. Nahamán había descendido del concepto de gran general que de sí mismo tenía, y se había ubicado en el terreno del siervo que obedece mansamente el mandamiento de su Señor.

El apóstol Pablo nos exhorta a que, con humildad, cada uno de nosotros sus siervos. El verdadero servicio a Dios se puede llevar a cabo solamente cuando nos despojamos de ese dañino alto concepto que tenemos de nosotros mismos, y pasamos a considerar a nuestros hermanos como superiores a nosotros mismos.

3) El católico debe servir a Dios en verdad humillándose a sí mismo, obedeciendo a su Señor hasta la muerte.

Para el hijo de Dios que desea verdaderamente servirle, es de vital importancia aprender la obediencia hasta la muerte, a través de la humillación a sí mismo. Aprender la obediencia es crucial para servir a Dios en verdad; tan crucial que la palabra de Dios declara de cristo: “y aunque era hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”, hebreos 5:8. En el texto sagrado que nos compete, el v.8 expresa que cristo “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Jesús no esperó llegar a ser humilde forjado por las situaciones y los golpes de la vida, sino que voluntariamente decidió humillarse para ser capaz de obedecer, y así “… Vino a ser autor de eterna salvación para todos los que obedecen”.

Con relación al término humillarse tenemos la palabra griega tapeinoo (verbo) que significa: “hacer bajar” desde el punto de vista metafórico en la voz activa. Tapeinos (adjetivo): “aquello que es bajo, y que no se levanta mucho de la tierra”. Dando el sentido metafórico a) de humilde condición; b) de espíritu humilde.

Al igual que Nahamán, que obedeció zambulléndose siete veces en el río Jordán (número perfecto de Dios), manifestando ejemplar humildad, nosotros en nuestra vida debemos obedecer a la voz de Dios, y así manifestar la perfecta humildad que mostró nuestro glorioso señor y salvador Jesucristo, para que el nombre de Dios sea glorificado.

Que gloriosa manifestación del poder del amor y la presencia de Dios sería que cada redimido por la sangre de Jesús evidenciara la humildad y la obediencia, no en apariencia, sino en hechos, hechos que con contundencia evidencien que vive una vida de obediencia al Señor, no ocupándose solo de sus propios intereses, sino ocupándose también de los intereses de Dios que se ven manifestados en las necesidades de todos sus hijos.

Por lo tanto, amado hijo de Dios, si deseas y anhelas vivir la vida andando en el camino verdadero del servicio a Dios, teniendo frente a tus ojos el ejemplo supremo del perfecto servicio a Dios en la vida de nuestro señor Jesús, decídete y comprométete a dejar que te posea este sentir que hubo también en cristo Jesús:

1. En primer lugar, no estimes, no consideres, lo que tu eres, humanamente hablando. No te aferres a tu propia posición. Ninguna persona que se aferre a lo que es en sí mismo podrá transitar la senda del verdadero servicio a Dios. Amado hermano, deja de estimar y de aferrarte a lo que eres en ti mismo, a tu posición social, tu posición económica, inclusive tu posición eclesiástica, etc.

Solo así podrás caminar por esta gloriosa senda que es el verdadero servicio a Dios.

2) en segundo lugar, despójate de ti mismo. Toma de ahora en adelante la actitud de estimar a todos tus hermanos en la fe como superiores a ti mismo. Desciende del pedestal donde te has colocado, y ponte en el terreno del siervo que obedece mansamente la palabra de su Señor.

3) y en tercer lugar, humíllate a ti mismo, gime por el quebrantamiento del espíritu. Hazte obediente a Dios hasta la muerte. Evidencia esta humillación ocupándote no solo por tus propios intereses, sino también por las necesidades de los demás, tal como lo hizo el señor Jesús.

Tenga el señor Jesús misericordia de nosotros y nos enseñe, nos haga aptos y nos ayude a andar en el camino del verdadero servicio a Dios.