La humildad en el servicio a Dios


Texto: FILIPENSES 2:3-8

Todo católico debe servir a Dios en verdad atendiendo los siguientes consejos:

I. El católico debe servir a Dios en verdad no estimando ni aferrándose a lo que es en sí mismo.

Para el hijo de Dios, redimido por la sangre de Jesucristo, que desea servir verdaderamente a Dios es crucial que entienda que el punto de partida para ello debe ser el dejar de considerarse “alguien” en sí mismo y dejar de aferrarse a ello, puesto que este fue el punto de partida del servicio a Dios de nuestro señor Jesús.

El texto sagrado en los versículos 5 y 6 nos exhorta a cultivar en nuestros corazones este sentir que hubo también en cristo Jesús, quien aunque estaba subsistiendo en la forma esencial de Dios, con todo ello no consideró el ser igual a Dios como un premio o un tesoro a los que aferrarse. El término griego “hegeomai” significa: “suponer, considerar, estimar”. En el ámbito de lo secular este término expresa la acción de “estimar, considerar, juzgar, pensar, meditar, reflexionar sobre una cosa con atención y cuidado”. El término griego “harpagmos” significa: “cosa que se conserva como premio”. En el ámbito secular este término expresa “aferrarse o asirse fuertemente a una cosa”.

De tener en gran estima el ser el gran general del ejército de Siria, recibiendo así la sanidad de su lepra, ¿no cesamos de aferrarnos a lo que éramos en nosotros mismos, y corrimos a cristo buscando la limpieza de nuestra terrible condición pecaminosa?

El señor Jesucristo tiene un propósito al salvarnos, y es el que le sirvamos en verdad con todo nuestro corazón, alma, espíritu, fuerzas, y mente, y no simplemente para que nos gocemos en el cielo. Nuestro Dios demanda que desechemos el egoísmo, la contienda y la vanagloria; que dejemos de simular que estamos sirviendo a Dios, cuando en realidad lo que hacemos es ir en busca de nuestro propio bien y tras nuestros propios intereses.

Es necesario que dejemos de aferrarnos al valor que tenemos en nosotros mismos y nos dispongamos a ser verdaderos siervos del Dios verdadero, Jesucristo.

2) El católico debe servir a Dios en verdad despojándose a sí mismo del valor propio que cree tener.

También para el hijo de Dios, que desea servir verdaderamente a Dios, es esencial que una vez que ha dejado de considerarse y de estimarse en lo que es y ha dejado de aferrarse a ello, se despoje, se vacíe de sí mismo, de lo que es, de lo que, humanamente hablando, goza y tiene. Esta fue la actitud de nuestro amado Señor y salvador, estimemos a nuestros hermanos como superiores a nosotros mismos. Cuán difícil es este mandamiento, puesto que nuestra caída naturaleza nos impulsa a tener una actitud totalmente opuesta, porque es grande el concepto que tenemos de nosotros mismos; pero que poderoso avivamiento se manifestará en nuestros grupos de oración, cuando atendamos y tomemos la actitud de considerarnos inferiores con respecto a nuestros hermanos y hermanas. Es considerarlos superiores, ni siquiera iguales, sino superiores.

Al igual que Nahamán, tenemos que descender de ese pedestal en el cual nos hemos puesto a nosotros mismos; dejar de jactarnos del valor propio que nos hemos dado. Tenemos que ubicarnos en el terreno del siervo que obedece mansamente el mandamiento de su señor, y nuestro señor es Jesucristo, el hijo amado de Dios.

De ahora en adelante nuestros hermanos serán los que estén en ese pedestal donde solíamos nosotros estar, y nosotros estaremos en el lugar donde se rinde servicio obediente y de buena gana. De esta manera el señorío de Cristo se manifestará en la iglesia de manera tan poderosa, que el mundo tendrá que decir: “verdaderamente Cristo es el Señor”.

Si alguna grandeza tenemos, la tenemos en Cristo Jesús; y si es en él nuestra grandeza, significa que en la iglesia el único superior es el señor Jesucristo y todos los demás simplemente en el diccionario secular: “abatir el orgullo y altivez de uno”. Con relación al término obediente tenemos la palabra griega hupekoos que significa: “obediente”, donde el término “hasta” sirve para clarificar que la obediencia no fue a la muerte, sino al padre. En el sentido secular significa: “que obedece, que cumple la voluntad de quien manda”.

También Nahamán, una vez que había descendido de su dañino alto concepto de gran general del ejército de Siria, tuvo que humillarse a sí mismo, para así poder obedecer el mandamiento del profeta Eliseo, por cuanto su consideración personal establecía que el río jordán era despreciable, y los ríos que habían en Siria eran mejores. Así, tuvo que quebrantar su orgullo y altivez, y una vez en condición humilde, procedió a obedecer al pie de la letra la orden que había recibido, zambullirse siete veces en el río. Cada vez que se zambullía en aquellas aguas, era un acto de humillación y de obediencia a la palabra del profeta.

El apóstol Pablo nos exhorta a preocuparnos, a interesarnos, a velar, a considerar y estimar los intereses y necesidades de nuestros hermanos. El texto sagrado dice: “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. La máxima señal de humildad, después de habernos humillado a los pies de nuestro Señor, es que nos ocupemos también de las necesidades e intereses de nuestros hermanos en la fé. Hacer esto es una actitud de obediencia a Dios, el cual lo ha mandado.

El problema de aferrarse a lo que uno es en sí mismo lo vemos en la vida de Nahamán, quien estimaba en gran manera lo que era en sí mismo y se aferraba a ello, siendo incapacitado por esta actitud para obedecer el mandamiento del profeta Eliseo. 2 reyes 5:11-13 describe a este hombre: general del ejército del rey de Siria (uno de los ejércitos más poderosos de su época), considerado varón grande delante de su señor, valeroso en extremo, pero también leproso.

El apóstol Pablo nos exhorta a no hacer nuestro servicio a Dios por contienda (egoísmo) o por vanagloria. Egoísmo es el excesivo amor que uno tiene a sí mismo y que le hace atender desmedidamente a su propio interés. Vanagloria es la jactancia del propio valor, presunción y altivez. Contienda es una pelea, disputa con armas o con razones.

Al igual que Naham, tenemos una alta estima de lo que somos en nosotros mismos, un estatus al cual nos aferramos como lo hizo él, pero antes de venir a los pies del señor Jesús ¿no estábamos nosotros en la misma condición de Nahamán, enfermos por la lepra del pecado, podridos por esta llaga inmunda que es la desobediencia a Dios?

Cuando vinimos a los pies del Señor, al igual que Nahamán obedeció el mandamiento del profeta Eliseo, dejando desestimado el no despojarse de su gloria.

El texto sagrado expone que el señor Jesús “se despojó a sí mismo (lo tuvo que hacer él mismo porque nadie más lo podía hacer), tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. La palabra griega “kenoo” significa: “vaciar”. La versión autorizada inglesa, aunque no es exacta, da una buena idea de este “vaciar”: “se hizo carente de gloria”. Cristo no se vació de su deidad. No dejó de ser lo que era esencial y eternamente. La explicación o interpretación de esta palabra la da las frases subsiguientes. La nueva versión internacional expresa: a) “tomando la naturaleza de siervo (sometimiento sin la idea de esclavitud); b) haciéndose semejante a los seres humanos.

Vemos esto en la vida de Nahamán, que al reflexionar en las palabras de sus criados (2 reyes 5:13), lo hicieron darse cuenta que no era gran cosa lo que le ordenaba hacer el profeta Eliseo. La palabra del Señor revela que Nahamán actuó bajo el principio de despojarse a sí mismo, pues el v.14 dice que él descendió, y se zambulló en el río Jordán conforme al mandamiento del hombre de Dios. Nahamán había descendido del concepto de gran general que de sí mismo tenía, y se había ubicado en el terreno del siervo que obedece mansamente el mandamiento de su Señor.

El apóstol Pablo nos exhorta a que, con humildad, cada uno de nosotros sus siervos. El verdadero servicio a Dios se puede llevar a cabo solamente cuando nos despojamos de ese dañino alto concepto que tenemos de nosotros mismos, y pasamos a considerar a nuestros hermanos como superiores a nosotros mismos.

3) El católico debe servir a Dios en verdad humillándose a sí mismo, obedeciendo a su Señor hasta la muerte.

Para el hijo de Dios que desea verdaderamente servirle, es de vital importancia aprender la obediencia hasta la muerte, a través de la humillación a sí mismo. Aprender la obediencia es crucial para servir a Dios en verdad; tan crucial que la palabra de Dios declara de cristo: “y aunque era hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”, hebreos 5:8. En el texto sagrado que nos compete, el v.8 expresa que cristo “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Jesús no esperó llegar a ser humilde forjado por las situaciones y los golpes de la vida, sino que voluntariamente decidió humillarse para ser capaz de obedecer, y así “… Vino a ser autor de eterna salvación para todos los que obedecen”.

Con relación al término humillarse tenemos la palabra griega tapeinoo (verbo) que significa: “hacer bajar” desde el punto de vista metafórico en la voz activa. Tapeinos (adjetivo): “aquello que es bajo, y que no se levanta mucho de la tierra”. Dando el sentido metafórico a) de humilde condición; b) de espíritu humilde.

Al igual que Nahamán, que obedeció zambulléndose siete veces en el río Jordán (número perfecto de Dios), manifestando ejemplar humildad, nosotros en nuestra vida debemos obedecer a la voz de Dios, y así manifestar la perfecta humildad que mostró nuestro glorioso señor y salvador Jesucristo, para que el nombre de Dios sea glorificado.

Que gloriosa manifestación del poder del amor y la presencia de Dios sería que cada redimido por la sangre de Jesús evidenciara la humildad y la obediencia, no en apariencia, sino en hechos, hechos que con contundencia evidencien que vive una vida de obediencia al Señor, no ocupándose solo de sus propios intereses, sino ocupándose también de los intereses de Dios que se ven manifestados en las necesidades de todos sus hijos.

Por lo tanto, amado hijo de Dios, si deseas y anhelas vivir la vida andando en el camino verdadero del servicio a Dios, teniendo frente a tus ojos el ejemplo supremo del perfecto servicio a Dios en la vida de nuestro señor Jesús, decídete y comprométete a dejar que te posea este sentir que hubo también en cristo Jesús:

1. En primer lugar, no estimes, no consideres, lo que tu eres, humanamente hablando. No te aferres a tu propia posición. Ninguna persona que se aferre a lo que es en sí mismo podrá transitar la senda del verdadero servicio a Dios. Amado hermano, deja de estimar y de aferrarte a lo que eres en ti mismo, a tu posición social, tu posición económica, inclusive tu posición eclesiástica, etc.

Solo así podrás caminar por esta gloriosa senda que es el verdadero servicio a Dios.

2) en segundo lugar, despójate de ti mismo. Toma de ahora en adelante la actitud de estimar a todos tus hermanos en la fe como superiores a ti mismo. Desciende del pedestal donde te has colocado, y ponte en el terreno del siervo que obedece mansamente la palabra de su Señor.

3) y en tercer lugar, humíllate a ti mismo, gime por el quebrantamiento del espíritu. Hazte obediente a Dios hasta la muerte. Evidencia esta humillación ocupándote no solo por tus propios intereses, sino también por las necesidades de los demás, tal como lo hizo el señor Jesús.

Tenga el señor Jesús misericordia de nosotros y nos enseñe, nos haga aptos y nos ayude a andar en el camino del verdadero servicio a Dios.

El temor de Dios


EL TEMOR DE DIOS ES NECESARIO
Padre Jordi Rivero

Es popular decir: «Dios es amor y no se le debe temer». Es cierto que a Dios no le debemos tener «miedo» en el sentido en que hoy se usa la palabra, ese miedo que paraliza o que impulsa a huir de Dios y evitar pensar o acordarse de El. Ciertamente Dios es amor infinito y nos creó para que amemos. Jesús enseña sobre los Mandamientos de Dios:

«El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» (Mc 12:29-31)

Pero existe un temor de Dios que es un don del Espíritu Santo: Temer ofenderle, tememos al realizar nuestra propia debilidad y al saber que con facilidad podemos caer en pecado mortal y condenarnos. San Agustín decía «ama y haz lo que quieras» pero por su propia experiencia también escribió ampliamente sobre la necesidad del temor como motivo para el arrepentimiento (5) El temor, según San Agustín, lleva al dolor del corazón por el pecado. «Compunctus corde non solet dici nisi stimulus peccatorum in dolore penitendi»(6).

Los buenos padres no solo hablan de amor sino que también ayudan a sus hijos a comprender los peligros. Y, como saben que la comprensión de los pequeños es muy limitada, inculcan un sano temor al castigo. Se trata del sano temor, la justa medicina. No el temor excesivo que quita la confianza y traumatiza. Recordemos que Dios es el Padre perfecto, modelo de todo padre. El sano temor es parte de su pedagogía divina para que nos mantengamos en guardia contra el grave peligro que acecha a todo hombre en la batalla espiritual contra el mundo, la carne y el demonio

Si somos humildes y realistas sobre nuestra tendencia al pecado, comprendemos que nuestro amor no siempre es perfecto. Somos niños ante Dios. Por eso, tener conciencia de las consecuencias del pecado y tenerle un sano temor nos ayuda a ser sobrios y no racionalizar el pecado, ni pretender que no ofende a Dios.

El Antiguo Testamento

Una de las expresiones mas comunes del Antiguo Testamento es la «exhortación al temor del Señor» (Ecl. 1:13; 2:19). Sin el temor de Dios no hay justificación.(ibis 1:28; 2:1; 2:19). En este temor hay «confianza y fortaleza» y es «la fuente de vida» (Prov, 14:26, 27)

El Nuevo Testamento

Muchos piensan que el temor de Dios es exclusivo del Antiguo Testamento y que al llegar la ley del amor ya no se debe hablar del temor de Dios. Sin embargo Jesús, en muchísimos pasajes, nos enseña a temer las consecuencias del pecado y la negligencia. Es un aspecto necesario de su infinito amor porque no quiere que nadie se pierda. Se trata de advertencias sobre la justicia divina (de la que no nos gusta hoy día hablar). Las citas son muy numerosas, he aquí solo unos ejemplos:

La gran tribulación de Jerusalén (Mt. 24:15); La parábola del mayordomo (Mt 24:45ss); El Juicio Final (Mt 25:31ss); La parábola de las diez vírgenes (Mt 25:1ss); La Higuera estéril (Lc 13:6ss); Los invitados que se excusan (Mt 22:2).

Jesús hace numerosas advertencias:

* «¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!» Mateo 24:19
* «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!» Lucas 6:24
* «¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.»
* «Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!» Lucas 6:26

Sin duda Jesús quiso sacudir a los hombres con el santo temor para sacarlos de su complacencia. No solo a los que le escuchaban hace 2000 años sino a todos los que escuchan la Palabra.

La historia del Hijo Pródigo, que tanto resalta la misericordia del Padre, nos hace ver al mismo tiempo que la motivación original para el regreso del hijo no fue el amor al Padre, sino una toma de conciencia de la miseria en que había resultado su pecado. Esa motivación, pobre aun, es el comienzo de la reconciliación que lo lleva al Padre,.

Dos temores contrarios.

Una razón por la confusión sobre el temor es que muchos confunden el miedo o temor al mundo (que no debemos tener) con el sano temor a ofender a Dios (que si debemos tener).

Jesús dice: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.» Mt 10:28.

El temor del mundo llevó al siervo perezoso a esconder sus talentos (Mt 25:25). El temor de Dios mueve los discípulos a crecer en fe: «Ellos, llenos de temor, se decían entre sí maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?» (Lucas 8:25)

Algunos textos sobre el temor que no debemos tener:

* «No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor» Romanos 8:15
* «Es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia». Romanos 13:5

Algunos textos sobre el santo temor que debemos tener:

* «Por tanto, conociendo el temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto, como espero que ante vuestras conciencias también estemos al descubierto.» II Corintios 5:11
* «Purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios.» II Corintios 7:1
* «Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo.» Efesios 5:21
* «Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación» Filipenses 2:12

Esta claro que para Pablo el amor y el temor de Dios no son contrarios, mas bien se complementan. El temor de Dios nos dispone a poner nuestro corazón en lo bueno. Queremos llegar a hacer todo por amor pero, en el camino, nos ayuda recordar el peligro. Quien se cree ya perfecto en el amor y pretende no necesitar del temor cae con facilidad en el engaño o en la soberbia.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres enseñan que el temor a los castigos de Dios como una virtud que ayuda a la salvación.

San Clemente de Alejandría escribió sobre la utilidad del temor para ayudarnos en el arrepentimiento y a la rectitud de vida.

San Basilio enseña que, para los que comienzan la vida de piedad las «exhortaciones basadas en el temor son de la mayor utilidad» (cuarto interrogatorio a la Regla) El cita las Sagradas Escrituras: «El temor de Yahveh es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción» Proverbios 1:7

San Ambrosio escribió sobre el temor de Dios que engendra caridad, (Hunc timorem sequitur charitas, P.L., xv, 1424), y su discípulo San Agustín, en su sermón 161 (P.L., XXXVIII, 882 ss), habla de no pecar por temor al juicio de Dios y pregunta: «¿Me atrevo a decir que ese temor es un error? El mismo responde que no se atreve a decirlo porque el Señor Jesucristo urge a los hombres a no hacer el mal y sugiere el motivo del temor: (Mat 10:28).

San Juan Crisóstomo y muchos otros padres también escribieron sobre la importancia del temor de Dios.

La doctrina Católica sobre la Contrición por los pecados.

Para que los pecados sean perdonados, el penitente debe tener dolor de los pecados (contrición). La contrición perfecta procede de la caridad: Se duele por haber ofendido a Dios por ser quien es y porque se le debe amar sobre todas las cosas. Pero la Iglesia reconoce también la validez de la contrición imperfecta (atrición) que nace principalmente de la consideración de la fealdad del pecado, y del temor a las penas del infierno. Esta contrición imperfecta puede que no haya llegado todavía a ser motivada por amor a Dios, sin embargo, la Iglesia enseña que «es un movimiento bueno y útil que dispone a la gracia» (1). El Catecismo de la Iglesia Católica (1453) enseña que la atrición «es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo.

¿Cómo puede la atrición ser buena si se basa en el temor? El mismo Catecismo explica: «Tal conmoción de la conciencia (la atrición) puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental». (1453). Dios quiere, por medio del sano temor, llevar las almas a la gracia de vivir en el amor. El sano temor al pecado «conmociona», sacude la conciencia que fácil se acomoda. Es entonces que el alma comienza a moverse hacia el amor.

Es muy común que el demonio confunda a las mentes llevándoles a perder conciencia del peligro del pecado. Cuantas veces hemos visto personas caer en robo, adulterio y otros graves pecados y al mismo tiempo justificarse como si nada de lo que hacen ofendiese a Dios. Hasta llegan a justificar que lo hacen por amor (porque así les dice el mundo, el demonio y la carne). Vemos aquí la necesidad del temor de Dios como base, para no falsificar el amor. El don de temor de Dios no contradice sino mas bien ayuda a llegar y sostener el verdadero amor.

Los Reformadores Protestantes consideraron que la atrición era una hipocresía que hace al hombre mas pecador. (2) Baius y Jansenio eran de esta opinión. Este último enseñaba que el temor sin caridad es malo porque procede, no del amor de Dios, sino del amor propio. (3)

La herejía Jansenista excluía la validez del sano temor. Entre sus errores formalmente condenados por la Iglesia (4) :

* «El temor del infierno no es sobrenatural»
* «La atrición que se concibe por miedo al infierno y a los castigos, sin el amor a la benevolencia a Dios por sí mismo, no es movimiento bueno ni sobrenatural»

El Concilio de Trento (Ses. XIV, iv) enseñó que no solo no es la atrición una hipocresía ni hace al hombre mas pecador, sino que es un don de Dios; un impulso del Espíritu Santo, el cual aunque todavía no habita en el penitente, lo dispone para recibir la gracia en la confesión. El Concilio utilizó el ejemplo de los Ninivitas que, llenos de temor por sus pecados después de la predicación de Jonás, hicieron penitencia y obtuvieron la misericordia de Dios. El temor de Dios no se limita a una emoción sino que incluye la voluntad de renunciar al pecado y al afecto al pecado. El Concilio Vaticano II y el Catecismo confirman esta doctrina.

Conclusión

El temor de Dios no es una ruta alternativa al camino del amor. Se trata mas bien de un don divino que nos hace comprender la seriedad del pecado por el castigo que merece ante un Dios justo. Por otra parte, el olvido del don del temor de Dios está llevando a muchos a la negación del pecado y sus consecuencias. El camino está entonces abierto a pretender que todo lo que la carne, el mundo y el demonio sugieren es amor. ¡Cuantas vidas destruidas por ese engaño!

NOTAS

1. Dezinger, índice sistemático, XI, E, a, 2-a

2. Condenado en la Bula de León X, Exurge Domine, prop. VI; Concilio de Trento, Ses. XIV, can. iv.

3. Condenado por Alejandro VIII, 7 diciembre, 1690; y por Clemente X, «Unigenitus», 8 Septiembre, 1717. También la Bula de Pío VI «Auctorem Fidei», prop. 25.

4. Condenados por decreto del Santo Oficio el 7 diciembre, 1690 (Dezinger 1291-1321)

5 Sermón 161; P.L., XXXVIII, 882 sqq

6 P.L., Vol. VI of Augustine, col. 1440. Cita de Catholic Encyclopedia Edición edición html © http://www.newadvent.org/cathen/02065a.htm

Los frutos de la Alabanza


Formacion

La alabanza nos introduce en la presencia de Dios.

Aunque no se alude directamente a la oración de alabanza en la promesa del Señor, referida por San Mateo (Mt. 18,19-20), promete su presencia cuando nos reunimos “en nombre de Jesús” (Mt. 18,20). Esta es, la experiencia viva de los grupos de oración que se reúnen para alabar al Señor: la percepción, a veces intensa, de la presencia del Señor. No se trata de una ilusión o de un contagio psicológico, aunque la acción del Señor pase por nuestra psicología. Es el Señor quien cumpliendo su promesa nos hace capaces de percibir su presencia en la reunión de oración.

La alabanza verdadera no se da, si no es por la acción del Espíritu Santo y nos introduce en la presencia del Padre (Rom. 8,2627).

La alabanza es una nueva efusión del Espíritu.

La alabanza es un fruto del Espíritu Santo y cuando es auténtica, tiene el poder de “desencadenar” una acción más poderosa del Espíritu Divino en nosotros (Hech. 16,16ss.).

La alabanza “evangeliza” poderosamente.

Hech.2,1ss: La experiencia de Pentecostés en los oyentes.

En la alabanza profunda el Espíritu pone en nuestros labios las palabras que, en virtud de su poder, tocan los corazones (Hech. 2,37ss.).

La experiencia de los Grupos de Oración muestra con toda evidencia, que una alabanza verdadera, profunda, intima, llega con poder a los corazones de los oyentes; los anima espiritualmente; los abre al Señor; es la mejor propaganda para que se vayan adhiriendo al grupo otras personas.

También la evangelización fuera del grupo de oración, en las casas, conversando con grupos y de persona a persona, tiene una eficacia especial cuando se comienza por alabar al Señor.

La alabanza cura e ilumina.

La alabanza consuela; es ya un modo de curar interiormente. La alabanza supone confianza, amor al Señor y esto también sana psicológica y espiritualmente.

En la alabanza está presente la fuerza del Espíritu y éste toca toda la persona con su presencia, su poder y su amor. Por eso, antes de orar por la curación de una persona, hay que comenzar alabando a Dios.

La alabanza ilumina porque nos abre a la acción del Espíritu iluminador; nos introduce en el conocimiento del Señor; nos conduce a la experiencia vital de Dios; nos descubre las maravillas de la creación y de la obra salvífica.

La alabanza “libera”

La experiencia enseña que, cuando la comunidad ora en fe y amor, se alivian y aún desaparecen nuestras cargas, opresiones… y se produce en nosotros un ambiente de paz, de sosiego, aun en medio de las tribulaciones. “El gran secreto de la alabanza es comprender que no hay ninguna circunstancia de la vida que no esté envuelta por el amor de Dios. No viene de Dios el mal, ni la enfermedad, ni el hambre, ni la opresión. No, estos vienen del pecado y no son queridos por Dios. A pesar del pecado del mundo, siempre está presente el Amor de Dios, envolviéndonos en amor y librándonos del aguijón (I Cor.15,55), del mal.

Al alabar a Dios por lo bueno y por lo malo, hacemos un acto de fe en ese Amor del Padre que puede desviar aún la misma enfermedad y el mismo pecado, haciendo que redunden en bien nuestro.»Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28).

La alabanza es fuente de gozo.

El salmo 89 nos lo pone ante los ojos con sorprendente relieve: “Dichoso el pueblo que sabe alabarte. Caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día”. Es natural que produzca este fruto: El gozo es uno de los más hermosos de su acción en el alma. El Espíritu Santo es el fruto del amor del Padre y del Hijo y el amor auténtico es una fuente de gozo.

La alabanza nos abre a los carismas del Señor.

La experiencia de la Renovación Carismática en los grupos de oración es que la alabanza dispone el espíritu para abrirse a los dones de Dios. Cuando ésta es intensa, se tiende a reposar en el Señor internamente y a abrirse a la profecía que, entonces, quizá quiera dar a través de uno a la comunidad. No es raro que una vez que el hombre se ha dirigido a Dios, sea después El quien desee dirigirse y hablar a la comunidad que le ha alabado. La alabanza sencilla, íntima, lleva, muchas veces, como de la mano, a una elevación de la oración y de ésta, el alma tiende a expresar su amor, su agradecimiento, etc., más allá de las palabras de la propia lengua, por el don de orar en lenguas.

La alabanza nos hace realistas

El mejor ejemplo es el de María. En la Visitación ella exulta, ella es embriagada por el Espíritu Santo, pero Lc. 1, 56, acaba el Magníficat con una pequeña nota realista”María permaneció alrededor de tres meses; después volvió a su casa». María, pues, se ocupó de Isabel y del pequeño Juan Bautista en su nacimiento, y esto se nos muestra después de la alabanza… y exultación, en Dios. Entonces, no temamos quedarnos en las alturas si alabamos verdaderamente a Dios, con todo el corazón y el ser; veremos que los pies están en la tierra y no nos desconectamos de la vida diaria».

La alabanza es respuesta de amor

Es el fruto de un corazón dilatado que ama y canta a quien es objeto de su amor. Si amamos apasionadamente a Dios no podremos menos de cantarle y si le cantamos con todo el ser, nuestro corazón se abrasará más aún de alabanza en alabanza hasta la vida eterna».

La alabanza hace crecer el amor fraterno y nos compromete con los demás

La alabanza, como toda oración auténtica, nos enfrenta saludablemente, con nosotros mismos, con nuestra vida y nuestra relación con los demás (Hebr .4,1213). La alabanza, al expresar nuestro amor por el Señor, también establece y fortalece nuestros lazos fraternales.

La alabanza, nos lleva a vivir la vida de Jesús también en nuestra realidad cotidiana y nadie puede amar a Jesús sin amar también a los otros que Jesús ama. Nuestra glorificación divina por la alabanza, debe llevarnos a realizarla no sólo con los labios y el corazón, sino también con las obras. Es lo que hizo Jesús (Jn. 17,4). Creemos que una oración de alabanza, sea personal o sea comunitaria, no puede menos por su misma dinámica, -que es la del Espíritu, que actúa en el que alaba-, de comprometer seriamente a la persona con sus hermanos los hombres.

La alabanza nos santifica y nos da la “vivencia” de Cristo en la Eucaristía.

No hay duda de que la vida, muerte y resurrección de Jesús han sido el mayor acto de glorificación y de alabanza al Padre. Consecuentemente sólo en unión con Cristo podremos ser nosotros alabanza de su gloria. Por otra parte, “Eucaristía es comulgar con Jesús, transformándonos en su imagen: Así y sólo así, en Cristo seremos para gloria del Padre”.

La alabanza llena toda la vida del cristiano.

Alabar no es, no debe ser, ni un acto ni siquiera un modo de oración equiparable a otros. Es todo un estilo de vivir la vida total, la de cada día, la de cada instante, frente a Dios, expresada en alabanza.

La alabanza comunitaria abre a esta gran dimensión de la alabanza que no se agota en las horas de un Grupo de Oración. Toda la vida comienza ya a balbucir el canto que será nuestra eterna ocupación y delicia en la bienaventuranza”.

Es el Señor quien cumpliendo su promesa nos hace capaces de percibir su presencia en el grupo de oración.

Fuente: rccuba.com

Discernimiento


Formacion

Discernir es distinguir, separar, lo bueno de lo malo para quedarnos con lo bueno. También discernimos entre cosas buenas, para quedarnos con lo mejor. Si no discernimos nos exponemos a muchos errores como tomar decisiones equivocadas o no tomar decisiones.

Si se trata de un grupo de oración, el discernimiento debe ser ejercido por varias personas, para evitar ser guiados por “iluminados”.
1Tes 5, 21 a 22 examínenlo todo y quédense con lo bueno
1Cor 14, 29 hablen los profetas y los demás juzguen

El don de discernimiento consiste en una luz interior que ilumina nuestra inteligencia, es un conocimiento dado por el Espíritu Santo, que da una certeza interior. Este don es dado gratuitamente por Dios a algunas personas y en algunas oportunidades. Es lo mismo que el don de profecía: el profeta no profetiza cada vez que abre la boca sino cuando es inspirado por el Espíritu Santo.

1Co 12, 9-11 unos reciben del Espíritu capacidad para distinguir espíritus falsos del verdadero Espíritu.

El discernimiento ordinario, que es el que todos debemos desarrollar, se va logrando progresivamente, a medida que lo vamos ejercitando. Todos estamos llamados a discernir en nuestra vida diaria.

Discernimiento de espíritus

Es reconocer de quién ha venido una inspiración: si es del espíritu del bien, del espíritu del mal o de mi propia persona, proveniente de mi historia de vida.

a. Del Espíritu bueno son impulsos amorosos dentro de nosotros que nos da el Espíritu Santo para guiarnos. Es importante que estemos siempre abiertos a la acción de Dios dentro de nosotros. A medida que una persona se acerca a Dios, estas inspiraciones son más frecuentes.

b. Del espíritu malo o demonio es la atracción a lo que es contrario a la voluntad de Dios. El espíritu malo se muestra en la soberbia, odio, ansias de poseer, dominar, etc. La prepotencia, la violencia, la ausencia de oración, indican que nos está guiando el espíritu malo, es decir, no se dan frutos de paz, amor, bondad. “Por sus frutos los conoceréis”.

El enemigo desaparece cuando la persona resiste firmemente, con una alabanza fuerte. El enemigo se comporta como una mujer débil pero gritona quien si se encuentra con alguien firme se calla, pero si se encuentra con alguien débil, lo domina con sus gritos.

c. De nosotros mismos. Toma las debilidades propias de la persona según su historia, Al tener una inspiración conviene examinar si concuerda con mi manera de ser. Muchas veces nos daremos cuenta de que viene de Dios, porque me lleva a hacer algo que es bueno pero que no es fácil para mi.
1 Jn 4, 1 probemos los espíritus para saber si son de Dios

¿Cómo discernir?

Orar antes y durante el discernimiento. En oración presentar la situación al Señor y pedirle su luz.
Frecuentar los sacramentos para recibir la gracia del Señor, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación.
Ser humilde. El demonio cayó por orgullo. Humildad es caminar en la verdad y en la confianza en Dios.
Jn 16,13 el Espíritu de Verdad los guiará en los caminos de la verdad.
Es necesario tranquilizarse, ponerse en presencia de Dios para que su paz nos serene. Si estamos agitados con muchas preocupaciones, no podemos percibir la acción suave del Espíritu Santo. También es necesario darse un tiempo para no tomar una decisión apresurada.
Buscar frente al Señor cuáles son las ventajas e inconvenientes de las diversas soluciones. Mis decisiones tienen que estar de acuerdo con la voluntad del Señor. Imaginar cuál solución me traería mayor paz.

Algunos criterios que nos pueden ayudar a discernir

* La conformidad con la Palabra de Dios
* La armonía con el magisterio de la Iglesia y con las directivas de sus pastores.
* No vaya en contra del cumplimiento del deber de estado.
* Las circunstancias, los acontecimientos, se den armónicamente.
* Los frutos que trae la decisión que tomamos debieran ser paz, alegría y gozo interior que permanecen aún en medio del sufrimiento.
Gal 5, 22 a 26 los frutos del Espíritu.
1 Co 14, 33 Dios es un Dios de paz
* Conocer mis inclinaciones naturales para ver si no se trata sólo de lo que yo tengo ganas de hacer. ¿Cuáles son mis motivaciones?
* Consultar a los hermanos que están en el camino del Señor.
* Ver en qué va a afectar mi decisión a otros. Lo que voy a hacer ¿va a traer frutos de paz y de amor para los demás? ¿Hay amor en esa decisión que voy a tomar?
1 Co 13, 1 a 3 sin amor ningún carisma sirve
* Ayuda ver si la inspiración interior es duradera, no esporádica.

El discernimiento se aprende discerniendo. Dejemos la actitud de comodidad de preguntarlo todo, evitándonos el esfuerzo de analizar nosotros y evitando nuestra responsabilidad personal. Debemos tomar nuestras propias decisiones, sin caer en la tentación de culpar a otros de mis actos. Eso no quita el pedir ayuda a un sacerdote, o a una persona de vida de oración profunda, cuando la necesitemos.

Fuente: rcc-chile