Los frutos de la Alabanza

Formacion

La alabanza nos introduce en la presencia de Dios.

Aunque no se alude directamente a la oración de alabanza en la promesa del Señor, referida por San Mateo (Mt. 18,19-20), promete su presencia cuando nos reunimos “en nombre de Jesús” (Mt. 18,20). Esta es, la experiencia viva de los grupos de oración que se reúnen para alabar al Señor: la percepción, a veces intensa, de la presencia del Señor. No se trata de una ilusión o de un contagio psicológico, aunque la acción del Señor pase por nuestra psicología. Es el Señor quien cumpliendo su promesa nos hace capaces de percibir su presencia en la reunión de oración.

La alabanza verdadera no se da, si no es por la acción del Espíritu Santo y nos introduce en la presencia del Padre (Rom. 8,2627).

La alabanza es una nueva efusión del Espíritu.

La alabanza es un fruto del Espíritu Santo y cuando es auténtica, tiene el poder de “desencadenar” una acción más poderosa del Espíritu Divino en nosotros (Hech. 16,16ss.).

La alabanza “evangeliza” poderosamente.

Hech.2,1ss: La experiencia de Pentecostés en los oyentes.

En la alabanza profunda el Espíritu pone en nuestros labios las palabras que, en virtud de su poder, tocan los corazones (Hech. 2,37ss.).

La experiencia de los Grupos de Oración muestra con toda evidencia, que una alabanza verdadera, profunda, intima, llega con poder a los corazones de los oyentes; los anima espiritualmente; los abre al Señor; es la mejor propaganda para que se vayan adhiriendo al grupo otras personas.

También la evangelización fuera del grupo de oración, en las casas, conversando con grupos y de persona a persona, tiene una eficacia especial cuando se comienza por alabar al Señor.

La alabanza cura e ilumina.

La alabanza consuela; es ya un modo de curar interiormente. La alabanza supone confianza, amor al Señor y esto también sana psicológica y espiritualmente.

En la alabanza está presente la fuerza del Espíritu y éste toca toda la persona con su presencia, su poder y su amor. Por eso, antes de orar por la curación de una persona, hay que comenzar alabando a Dios.

La alabanza ilumina porque nos abre a la acción del Espíritu iluminador; nos introduce en el conocimiento del Señor; nos conduce a la experiencia vital de Dios; nos descubre las maravillas de la creación y de la obra salvífica.

La alabanza “libera”

La experiencia enseña que, cuando la comunidad ora en fe y amor, se alivian y aún desaparecen nuestras cargas, opresiones… y se produce en nosotros un ambiente de paz, de sosiego, aun en medio de las tribulaciones. “El gran secreto de la alabanza es comprender que no hay ninguna circunstancia de la vida que no esté envuelta por el amor de Dios. No viene de Dios el mal, ni la enfermedad, ni el hambre, ni la opresión. No, estos vienen del pecado y no son queridos por Dios. A pesar del pecado del mundo, siempre está presente el Amor de Dios, envolviéndonos en amor y librándonos del aguijón (I Cor.15,55), del mal.

Al alabar a Dios por lo bueno y por lo malo, hacemos un acto de fe en ese Amor del Padre que puede desviar aún la misma enfermedad y el mismo pecado, haciendo que redunden en bien nuestro.»Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28).

La alabanza es fuente de gozo.

El salmo 89 nos lo pone ante los ojos con sorprendente relieve: “Dichoso el pueblo que sabe alabarte. Caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día”. Es natural que produzca este fruto: El gozo es uno de los más hermosos de su acción en el alma. El Espíritu Santo es el fruto del amor del Padre y del Hijo y el amor auténtico es una fuente de gozo.

La alabanza nos abre a los carismas del Señor.

La experiencia de la Renovación Carismática en los grupos de oración es que la alabanza dispone el espíritu para abrirse a los dones de Dios. Cuando ésta es intensa, se tiende a reposar en el Señor internamente y a abrirse a la profecía que, entonces, quizá quiera dar a través de uno a la comunidad. No es raro que una vez que el hombre se ha dirigido a Dios, sea después El quien desee dirigirse y hablar a la comunidad que le ha alabado. La alabanza sencilla, íntima, lleva, muchas veces, como de la mano, a una elevación de la oración y de ésta, el alma tiende a expresar su amor, su agradecimiento, etc., más allá de las palabras de la propia lengua, por el don de orar en lenguas.

La alabanza nos hace realistas

El mejor ejemplo es el de María. En la Visitación ella exulta, ella es embriagada por el Espíritu Santo, pero Lc. 1, 56, acaba el Magníficat con una pequeña nota realista”María permaneció alrededor de tres meses; después volvió a su casa». María, pues, se ocupó de Isabel y del pequeño Juan Bautista en su nacimiento, y esto se nos muestra después de la alabanza… y exultación, en Dios. Entonces, no temamos quedarnos en las alturas si alabamos verdaderamente a Dios, con todo el corazón y el ser; veremos que los pies están en la tierra y no nos desconectamos de la vida diaria».

La alabanza es respuesta de amor

Es el fruto de un corazón dilatado que ama y canta a quien es objeto de su amor. Si amamos apasionadamente a Dios no podremos menos de cantarle y si le cantamos con todo el ser, nuestro corazón se abrasará más aún de alabanza en alabanza hasta la vida eterna».

La alabanza hace crecer el amor fraterno y nos compromete con los demás

La alabanza, como toda oración auténtica, nos enfrenta saludablemente, con nosotros mismos, con nuestra vida y nuestra relación con los demás (Hebr .4,1213). La alabanza, al expresar nuestro amor por el Señor, también establece y fortalece nuestros lazos fraternales.

La alabanza, nos lleva a vivir la vida de Jesús también en nuestra realidad cotidiana y nadie puede amar a Jesús sin amar también a los otros que Jesús ama. Nuestra glorificación divina por la alabanza, debe llevarnos a realizarla no sólo con los labios y el corazón, sino también con las obras. Es lo que hizo Jesús (Jn. 17,4). Creemos que una oración de alabanza, sea personal o sea comunitaria, no puede menos por su misma dinámica, -que es la del Espíritu, que actúa en el que alaba-, de comprometer seriamente a la persona con sus hermanos los hombres.

La alabanza nos santifica y nos da la “vivencia” de Cristo en la Eucaristía.

No hay duda de que la vida, muerte y resurrección de Jesús han sido el mayor acto de glorificación y de alabanza al Padre. Consecuentemente sólo en unión con Cristo podremos ser nosotros alabanza de su gloria. Por otra parte, “Eucaristía es comulgar con Jesús, transformándonos en su imagen: Así y sólo así, en Cristo seremos para gloria del Padre”.

La alabanza llena toda la vida del cristiano.

Alabar no es, no debe ser, ni un acto ni siquiera un modo de oración equiparable a otros. Es todo un estilo de vivir la vida total, la de cada día, la de cada instante, frente a Dios, expresada en alabanza.

La alabanza comunitaria abre a esta gran dimensión de la alabanza que no se agota en las horas de un Grupo de Oración. Toda la vida comienza ya a balbucir el canto que será nuestra eterna ocupación y delicia en la bienaventuranza”.

Es el Señor quien cumpliendo su promesa nos hace capaces de percibir su presencia en el grupo de oración.

Fuente: rccuba.com